lunes, 17 de noviembre de 2008

IDEAA PARA LA HOMILIA DEL DOMINGO 32 DE 2008

XXXIII Domingo del tiempo ordinario

(Ideas para la homilía)


La parábola de los talentos


La metáfora se usa para hablar de actores, cantantes, cómicos... El uso no es del todo equivocado, pero sí secundario.

Jesús no pretendía hablar de la obligación de desarrollar las dotes naturales de cada uno, sino de hacer fructificar los dones espirituales recibidos de él. A desarrollar las dotes naturales, ya nos empuja la naturaleza, la ambición, la sed de ganancia. A veces, al contrario, es necesario poner freno a esta tendencia de hacer valer los talentos propios porque puede convertirse fácilmente en afán por hacer carrera y por imponerse a los demás.

Los talentos de los que habla Jesús son la Palabra de Dios, la fe, en una palabra, el reino que ha anunciado. En este sentido la parábola de los talentos conecta con la del sembrador. A la suerte diversa de la semilla que él ha echado -que en algunos casos produce el sesenta por ciento, en otros en cambio se queda entre las espinas, o se lo comen los pájaros del cielo-, corresponde aquí la diferente ganancia realizada con los talentos.

Los talentos son, para nosotros cristianos de hoy, la fe y los sacramentos que hemos recibido.

La palabra nos obliga a hacer un examen de conciencia: ¿qué uso estamos haciendo de estos talentos? ¿Nos parecemos al siervo que los hace fructificar o al que los entierra? Para muchos el propio bautismo es verdaderamente un talento enterrado. Yo lo comparo a un paquete regalo que uno ha recibido por Navidad y que ha sido olvidado en un rincón, sin haberlo nunca abierto o tirado.

Los frutos de los talentos naturales acaban con nosotros, o como mucho pasan a los herederos; los frutos de los talentos espirituales nos siguen a la vida eterna y un día nos valdrán la aprobación del Juez divino: "Bien, siervo bueno y fiel, has sido fiel en lo poco, te daré autoridad sobre lo mucho: toma parte en el gozo de tu señor".

Nuestro deber humano y cristiano no es solo desarrollar nuestros talentos naturales y espirituales, sino también de ayudar a los demás a desarrollar los suyos. En el mundo moderno existe una profesión que se llama, en inglés, talent-scout, descubridor de talentos. Son personas que saben encontrar talentos ocultos -de pintor, de cantante, de actor, de jugador de fútbol- y les ayudan a cultivar su talento y a encontrar un patrocinador. No lo hacen gratis, naturalmente, ni por amor al arte, sino para tener un porcentaje en sus ganancias, una vez que se han afirmado.

El Evangelio nos invita a todos a ser talent-scouts, "descubridores de talentos", pero no por amor a la ganancia sino para ayudar a quienes no tienen la posibilidad de afirmarse por sí mismos. La humanidad debe algunos de sus mejores genios o artistas al altruismo de una persona amiga que ha creído en ellos y les ha animado, cuando nadie creía en ellos. Un caso ejemplar que me viene a la mente es el de Theo Van Gogh, que sostuvo toda la vida, económica y moralmente, a su hermano Vincent, cuando nadie creía en él y no lograba vender ninguno de sus cuadros. Entre ellos se intercambiaron más de seiscientas cartas, que son un documento de altísima humanidad y espiritualidad. Sin él no tendríamos hoy esos cuadros que todos amamos y admiramos.

La primera lectura del domingo nos invita a detenernos en un talento en particular, que es al mismo tiempo natural y espiritual: el talento de la femineidad, el talento de ser mujer. Contiene de hecho el conocido elogio de la mujer que comienza con las palabras: "Una mujer completa, ¿quién la encontrará?". Este elogio, tan bello, tiene un defecto, que no depende obviamente de la Biblia sino de la época en la que fue escrito y de la cultura que refleja. Si uno se fija, descubre que este talento está enteramente en función del hombre. Su conclusión es: bendito el hombre que tiene una mujer así. Ella le teje hermosos vestidos, honra a su casa, le permite caminar con la cabeza alta entre sus amigos. No creo que las mujeres sean hoy entusiastas de este elogio.

Dejando aparte este límite, quisiera subrayar la actualidad de este elogio de la mujer. Desde todas partes surge la exigencia de dar más espacio a la mujer, de valorar el genio femenino. Nosotros no creemos que "el eterno femenino nos salvará". La experiencia cotidiana muestra que la mujer puede "elevarnos a lo alto, pero también puede precipitarnos hacia abajo. También ella necesita ser salvada por Cristo. Pero es cierto que, una vez redimida por él y "liberada", en el plano humano, de las antiguas sujeciones, ella puede contribuir a salvar nuestra sociedad de algunos males inveterados que la amenazan: violencia, voluntad de poder, aridez espiritual, desprecio por la vida...

Después de tantas épocas que han tomado el nombre del hombre -la era del homo erectus, homo faber, hasta el homo sapiens, de hoy-, hay que augurar que se abra finalmente, para la humanidad entera, una era de la mujer: una era del corazón, de la ternura, de la compasión. Ha sido el culto a la Virgen el que ha inspirado, en los siglos pasados, el respeto por la mujer y su idealización en buena parte de la literatura y del arte. También la mujer de hoy puede mirarla a ella como modelo, amiga y aliada a la hora de defender su propia dignidad y el talento de ser mujer.


MUCHO MAS QUE CONSERVAR Escondí tu talento.

En poco tiempo hemos visto hundirse entre nosotros ideales sociales y religiosos que sólo hace unos años despertaban la generosidad y entrega de hombres y mujeres. Las nuevas generaciones difícilmente encuentran causas nobles por las que merezca la pena luchar. Mejor es vivir el presente intensamente exprimiéndole el máximo placer.

Al mismo tiempo, valores tan importantes como la familia, la autoridad, la tradición, el magisterio de la iglesia, han quedado oscurecidos o se han debilitado profundamente en la conciencia de muchos.

El relativismo que es acedia, tristeza espiritual y desesperanza lleva a cometer barbaridades como la legalización de la eutanasia activa que es eliminar la vida de un hombre o una mujer mediante una rápida actuación directamente letal. Esto no tiene nada que ver con los cuidados paliativos o el evitar el encarnizamiento terapéutico.

El desconcierto se ha hecho todaa mayor al caer por los suelos normas concretas de comportamiento y leyes de conducta que hace unos años eran todaa intocables. La crisis ha provocado en muchos una sensación de vértigo, vacío y desorientación. No pocos se preguntan con inquietud: ¿Ha cambiado la moral? ¿Ya no hay pecado? ¿Hemos vivido equivocados hasta ahora? ¿Cuándo volverán de nuevo los tiempos pasados? No es de extrañar la reacción de muchos que se defienden instalándose íntegramente en el pasado, cerrándose a toda novedad y gastando casi todas sus energías en «conservar intacta la moral de siempre».

Sin embargo, la sorpresa del «tercer siervo» de la parábola, condenado solamente por preocuparse de «conservar el talento» sin arriesgar nada más, nos recuerda que seguir a Jesús es mucho más que conservar intacta nuestra moralidad frente a todo y frente a todos.

La moral cristiana no consiste en conservar fielmente la herencia que hemos recibido del pasado, sino en buscar, movidos por el Espíritu de Jesús, cómo ser más humanos precisamente en el mundo de hoy.

Las leyes son necesarias. Nos indican la dirección en que hemos de buscar y nos señalan los límites que no debemos franquear. Pero sería una equivocación pensar que estamos respondiendo a las exigencias profundas de Dios sólo porque nos mantenemos íntegros en el cumplimiento de unas leyes.

Ser creyente es algo mucho más grande y apasionante que enterrar nuestra vida en unas leyes para conservarla segura.

El seguimiento a Jesús es siempre llamada a buscar y crear una humanidad nueva y siempre mejor. Por eso mismo, seguir a Jesús es riesgo más que seguridad. Exigencia fecunda más que cumplimiento estéril. Urgencia de amor más que satisfacción del deber cumplido.

La pereza que condena el Señor no consiste en no hacer nada, sino en hacer mucho para que nada cambie.

El aguilucho del corral

Obama

La chica de la primera comunión

Iglesia diocesana: Ayudadnos para que podamos ayudar.

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